El miedo es considerado una de las emociones más adaptativas en el ser humano. Gracias al miedo hemos podido sobrevivir como especie, ya que nos permite responder ante situaciones adversas con rapidez y eficacia.
Los expertos en Inteligencia Emocional definen el miedo como:
“Una reacción personal o social debida a un estímulo interno o externo, en la cual la valoración se entiende como amenazadora o que causa inseguridad, en las que el sujeto percibe que pierde el control sobre lo que puede ocurrir. Debido a ello se produce una mayor secreción de adrenalina y se desencadena una reacción de estrés, la cual nos predispone para la acción”
Por lo tanto el miedo es la emoción que se activa cuando se percibe alguna amenaza o peligro para nuestro bienestar.
Esta activación hace que se produzcan respuestas a nivel fisiológico: el corazón palpita con más velocidad para enviar la sangre a las extremidades y al cerebro, las pupilas se dilatan y se segregan tres hormonas; la adrenalina, la noradrenalina y la cortisona (llamadas hormonas del miedo)…. También se percibe, por unos instantes, una sensación de paralización del cuerpo, que utilizamos para analizar cuál será la respuesta más adecuada.
Durante este proceso, se activa la amígdala, que desencadenará una respuesta hormonal para poner a nuestro cuerpo en un estado de alerta general, pudiendo dar distintas respuestas: huida, enfrentamiento o paralización.
La paradoja es que cuanta más activación, aunque a priori parezca que nuestro rendimiento será mejor, mayor es el riesgo de tener un bloqueo emocional y por consiguiente que nuestra acción sea ineficaz.
El miedo genera energía, una energía extraordinariamente positiva. Muchas personas en situaciones límite han desarrollado una fuerza descomunal y unas habilidades insospechadas para hacer frente al peligro. Pero la mayor parte de las veces, la energía producida por el miedo lo que genera es lo contrario, irritabilidad, rigidez, enfermedades psicosomáticas, depresión y bloqueo.
Cuando hablamos de miedo, no podemos olvidar que existen diferentes graduaciones de esta emoción: terror, horror, fobia, pánico, pavor, susto, estremecimiento….
No debemos olvidar nunca que el miedo es una emoción que está estrechamente relacionada con la salud. La somatización más común es el estrés, que es un estado de hiperactivación después de una situación de miedo.
Cuando el miedo se manifiesta hacia fuera, las posibilidades de recuperación son altas. Pero cuando el miedo no se manifiesta hacia fuera, las consecuencias son más devastadoras, ya que ese estrés continuo y diario, hacen que el miedo se albergue en el sistema nervioso autónomo aumentado la probabilidades de una enfermedad, porque el sistema inmunológico estás más indefenso.
Todos hemos tenido miedo en algún momento de nuestra vida, y no hablo del miedo en grado de fobia, sino que me refiero al miedo común, a ese miedo que nos paraliza, nos desestabiliza o nos debilita el sistema inmunitario.
Nosotros vamos a tratar aquí ese miedo “no adaptativo” ese miedo que se alarga en el tiempo o no tiene una justificación aparente, ese mido que ataca nuestra salud. Nos referimos a ese miedo ante cosas que no son realmente peligrosas, ese miedo que se confunde con la excesiva prudencia o la desconfianza, ese miedo negativo y destructivo, esos miedos irracionales, demasiado intensos, demasiado largos.
Es biológicamente imposible que una persona sea capaz de desarrollar todo su potencial cuando vive en una situación de miedo constante. Al final siempre se paraliza.
El problema viene cuando una persona convierte sus miedos en una forma de ser, y no en una emoción ocasional. Todos conocemos a gente que convierten el miedo en el protagonista de sus vidas.
En palabras de Edmund Burke: “ninguna pasión elimina tan eficazmente la capacidad de actuar y de razonar de la mente como lo hace el miedo”
Sirvan como ejemplo algunos de estos miedos que están instaurados en nuestra sociedad: a equivocarse, a ser rechazado socialmente, al éxito, a sufrir daños, a la soledad, a perder a tu pareja, a enfermar, al fracaso, a tener un accidente, a perder un ser querido, a la pobreza, al ridículo….. y un sinfín de miedos más.
Como emoción primaria que es, todos nacemos con la emoción de miedo, pero ésta puede ir modelándose a través de la educación, la sociedad y el aprendizaje.
Desde esta perspectiva, podemos afirmar que todos estos miedos “no adaptativos”, tienen un origen mental, por lo tanto, si aprendemos a controlar nuestros pensamientos, podremos eliminar nuestros miedos, o por lo menos vivir con ellos sin que nos perjudiquen.
Todos hemos tenido miedos infundados, pero el miedo permanente es el que te impide ser tu mismo, te impide desenvolverte en las distintas situaciones y llega a paralizarte.
Con esto no quiero decir que esos miedos infundados no sean reales, obviamente para la persona que los tiene si son reales, porque verdaderamente siente ese miedo, el sentimiento existe. Lo que quiero decir que estos miedos, sólo son producto de pensamientos negativos. Las cosas que nos atemorizan nos parecen reales, pero solo lo son en nuestra mente.
Es necesario retomar el control sobre nosotros mismos, para eliminar esos pensamientos que nos llevan a generar la sensación de miedo. Ya que si no dejamos de pensar en ellos, lo único que podremos esperar es sufrir miedo y por lo tanto sufrir las consecuencias físicas del mismo.
Nuestra vida es una proyección de nuestra mente, y todo el mucho posee dentro de sí la fuerza para combatir sus miedos.
Ante una situación de miedo, debemos aprender a adquirir el control, y para ello debemos aprender a manejar nuestros pensamientos (actitudes, creencias, distorsiones…), nuestros sentimientos y por supuesto aprender a analizar la situación desde otras perspectivas.
Debemos ser conscientes que podemos ejercer el control sobre las situaciones, podemos modificar nuestra respuesta de forma positiva o realizar ajustes internos para aceptarla o manejarnos correctamente en ella. Ante una situación o estímulo atemorizante, debemos asumir siempre una postura de aprendizaje, al fin y al cabo de todas estas situaciones se sale fortalecido y con más recursos.
Según Susan Jeffers (1987) existen cinco verdades sobre el miedo:
La respuesta del miedo puede ser:
Aceptarlo y asumirlo: como una limitación elegida.
Afrontarlo: tengo que valorar la situación y hacerla frente.
Aplazamiento: darme tiempo para adquirir nuevos recursos para afrontarlo.
Evitarlo: tendemos a creer que si no nos enfrentamos a algo desaparecerá.
Todos tenemos que ver el miedo como una oportunidad de mejora, de cambio. Tener miedo nos enfrenta a la posibilidad de decidir, de proyectarnos hacia un mejor futuro. Debemos tener muy claro, que tener miedo no nos convierte en cobardes.
Como decía Nelson Mandela: “No es valiente quien no tiene miedo, sino quien sabe conquistarlo”
Antes de pasar a explicar algunas de las herramientas para controlar el miedo, debemos tener claros unos pasos previos que debemos fijar en nuestra rutina para que el miedo no nos paralice:
En palabras de Giorgio Nardone: “Una vez aceptados, nuestros miedos se transforman de debilidad en puntos de fuerza. Si, por el contrario, queremos negarlos o reprimirlos, nos pillan desprevenidos, trastocándonos y abriendo la vía al pánico”
De todas las repuestas posibles que existen para afrontar el miedo, hay una que debemos descartar por el peligro que entraña: la evitación.
Como he indicado anteriormente, tendemos a pensar que si no nos enfrentamos a algo desaparecerá, pero la realidad es que las cosas y los problemas permanecen en el mismo sitio, donde las dejamos. Al evitar las cosas que nos dan miedo, corremos el peligro que esta actitud se convierta en un estilo de vida. Si analizamos esta forma de afrontar las cosas, nos daremos cuenta que no es el miedo lo que nos impide ser valientes en la vida, sino que es la evitación la que nos hace no ser valientes. Para sentirnos cómodo, evitamos hacer cosas o enfrentarnos a cosas que nos provocan miedo, probablemente a corto plazo funcionen, pero a la larga aparecerá la frustración por no dejar de tener miedo nunca.
El mejor antídoto ante el miedo es la acción. Tanto es así, que la mayoría de las técnicas dirigidas a afrontarlo, se basan en el acercamiento y reconocimiento del miedo y a la acción para superarlo.
Existen varias herramientas que podemos utilizar para el entrenamiento del manejo inteligente del miedo, aquí vamos a dar unas nociones sobre la restructuración cognitiva
El objetivo de esta técnica es identificar, analizar y modificar las interpretaciones o los pensamientos erróneos que las personas experimentan en determinadas situaciones. Consiste en cambiar los pensamientos destructivos o derrotistas, cuestionando su objetividad, por otros realistas.
El procedimiento para desarrollar la técnica de la reestructuración cognitiva es el siguiente:
Todos estamos inmersos continuamente en un diálogo interno con nuestros propios pensamientos. Estos son automáticos y por consiguiente no estamos pendientes de los mismos. Ahora bien, cuando estos pensamientos son negativos, sin darnos cuenta, influyen negativamente en nuestra manera de sentir o actuar.
Es precisamente en esos momentos, cuando nuestros pensamientos son inadecuados, cuando es preciso identificarlos para poderlos modificar.
Debemos conseguir cambiar nuestros pensamientos no adaptativos (que distorsionan la realidad o la reflejan parcialmente, dificultando la consecución de los objetivos y originando emociones no adecuadas a la situación), por pensamientos adaptativos (objetivos, realistas y que facilitan la consecución de los propósitos originando emociones adecuadas a la situación).
Una vez que hemos identificado los pensamientos no adaptativos, tenemos que analizarlos. Una forma de hacerlo es mediante preguntas, ya que el hecho de tenerlas que responder, aunque sea mentalmente, nos obliga a reflexionar. Tenemos que sondear tres ámbitos:
Reflexionando y contestando a este tipo de preguntas, podremos ver que hay pensamientos que no son realistas, que además dificultan la resolución de los conflictos y que, aunque fuesen reales, el nivel de gravedad no es tan alto como parecía en un principio.
El último paso es buscar formas alternativas para interpretar la situación de una manera más constructiva y realista. Hay que tener claro que no se trata de engañarnos a nosotros mismos, se trata de ver las cosas de una manera más realista, para poder afrontarlas adecuadamente.
Los pensamientos adaptativos que generemos en este proceso, serán las conclusiones de la reestructuración. Una vez que los tengamos, los tendremos que utilizar como autoinstucciones, es decir, lo que nos decimos a nosotros mismos en el momento que nos invaden los pensamientos no adaptativos y que nos ayudarán a ver la realidad de una forma más objetiva.
Para encontrar pensamientos alternativos se pueden utilizar algunas de las siguientes preguntas:
Aprender a manejar esta técnica y combinarla con otras como la relajación y la respiración diafragmática, conseguirán que seamos capaces de enfrentarnos a todos nuestros miedos, dando una respuesta eficaz y eficiente ante todas las circunstancias de nuestra vida.
Pero nunca olvidemos que lo más importante para superar todos los obstáculos que se presentan a lo largo de nuestra vida, es la ACCIÓN.
La reflexión sin la acción nos puede llevar a un estado de preocupación constante, e incluso llevarnos a una parálisis por análisis, ya que sin acción iremos postergando todas las decisiones que podrían sacarnos de situaciones incómodas o preocupantes.
En vez de agobiarnos por nuestros miedos, deberíamos ocuparnos de una vez por todas de esas cosas que nos asustan, ya que los únicos que podemos disolver nuestros fantasmas, somos nosotros mismos.
Os dejo algunas preguntas en el aire para que reflexionéis:
¿En qué me he vuelto mejor después de esta experiencia?
¿Cuál es la manera más práctica y efectiva de pensar sobre nuestros miedos?
¿Qué desenlace quiero para esta situación?
¿Qué estoy dispuesto a hacer, para que las cosas salgan como yo quiero?
¿Cómo puedo evitar que esto vuelva a suceder, de la misma manera?
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