A todo el mundo cuando nacemos nos reparten unas cartas para jugar a lo largo de nuestra vida, en éstas encontramos nuestras características físicas, nuestras habilidades, nuestros puntos débiles… unas son buenas, otras malas y otras regulares.
Como en cualquier juego esas cartas no se pueden devolver, son las que son, y hay que aprender a jugar con ellas con todo el mundo.
De nosotros no depende la mano que llevamos, pero sí depende saber con qué carta debemos jugar con cada persona en cada momento. Ahí radica la inteligencia humana. Todos usamos nuestras mejores cartas para seducir personas, para vender una idea, un producto o un servicio, para forjar una amistad……
Al final debemos aprender a jugar con nuestras cartas, obviando las cartas de los otros, que básicamente no nos deberían importar. Desgraciadamente todavía hay personas que están más pendientes del juego de los demás que del suyo propio y se encuentran atrapadas en la envidia, sin poder ni disfrutar ni vivir su propia vida.
Todos son importantes, ocupen el puesto que ocupen, y todos contribuyen a mejorar nuestra vida, de todos aprendemos, de los buenos y de los malos, al final todos nos enseñan algo. Y lo más importante, de estas relaciones con compañeros, amigos, familia… aprendemos a jugar con nuestras cartas. Ensayamos con ellas y vemos, cómo, cuándo, por qué y con quién hay que jugar determinadas partidas.
Pero al final lo más importante como en cada juego, es conocer las reglas, cuando éstas están claras desde el principio ambas partes las asumen y es fácil participar.
Conocer las reglas del juego te ayuda a conocer los límites, saber cuándo y cómo plantarte, qué carta jugar y qué carta guardar para otro momento, controlar los riesgos y lo más importante, saber si quieres o no apostar por esa partida.
Cuando se inicia una relación personal o profesional con medias verdades o medias mentiras, sin las reglas claras, el juego se complica muchísimo, se cometen errores, eres impreciso en las decisiones, no puedes sopesar tus respuestas hasta que no han generado unas consecuencias (buenas o malas) e incluso hay veces que es necesario hacer trampas.
Como en todo viaje, también llevamos una maleta. Para conseguir un trayecto inolvidable, no sólo hay que rodearse de grandes personas, sino que también hay que saber cómo nos relacionamos con ellas, y por supuesto, hay que esforzarse por llenarla de grandes momentos. Aquí entran en acción todas nuestras habilidades, para saber cómo y de quién rodearnos, estableciendo unas reglas que nos beneficien a todos por igual, que nos aporten aprendizajes y momentos imborrables. No tiene sentido cargar nuestra maleta con cosas o personas que no nos aportan nada, esas personas cuyo fin en la vida es echar sus cargas en otras maletas para aligerar su peso, sin tener en cuenta los daños colaterales del sobrepeso que nos causan. El recorrido es corto y debemos conseguir que sea placentero, disfrutando cada momento como si fuera el último.
Si bien es verdad que a lo largo de la vida aprendemos por ensayo y error, nos encontramos con muchos obstáculos y nuestras cartas no las podemos devolver, sí podemos decidir cómo, cuándo y con quien jugar en cada momento. Y desde esta libertad, siempre tenemos dos opciones; jugar bien y convertir nuestra vida en una comedia o jugarlas mal y convertirla en un drama.
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